La calapurca es una preparación de antigua data en el mundo andino. En Chile, los aymaras que habitan el altiplano la mantienen vigente y ha sido también adoptada por el mundo mestizo en valles y ciudades del norte grande. Constituye un patrimonio nortino y tal vez sea uno de los platos que con más fuerza restituye el arcaico gesto culinario de utilizar piedras como elemento central de la cocción.
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La Calapurca

El uso de piedras calientes es uno de los modos primigenios de convertir lo crudo en cocido. Hay indicios que dan cuenta de la aparición de lo hervido en el Período Arcaico, complementando así a lo asado y tostado de tiempos anteriores. Se supone que esta técnica surgió junto con la producción de cestas calafateadas que hicieron posible la contención de agua y de piedras calientes para lograr un hervido, modelo que reprodujeron más tarde las ollas de barro.

En los Andes hay datos que sugieren el uso de lajas calientes para cocinar, como lo evidencian las fisuras que presentan las piedras encontradas en Telarmachay, Junín, Guañape y Virú, las que se producen cuando éstas se sumergen calientes en un líquido más frío. Todos estos antecedentes hacen pensar que este procedimiento pudo ser utilizado para cocer pescados, carnes, mariscos y tubérculos.

Como en los tempranos períodos en que aparecen estas evidencias aún no había cerámica, debieron utilizarse recipientes de cuero, calabaza o corteza de árbol. También los cuyes se cocinaron con piedras calientes en su interior o bien apretándolos entre dos piedras candentes.

Lydia Flores, migrante aymara en Arica, describe así la variedad de calapurcas que se preparan actualmente en el norte de Chile:

“…a la gente le gusta comer la calapurca en diferentes ocasiones, pero sobre todo a los curaditos en la mañana, cuando han trasnochado después de las fiestas. Es un plato contundente y llenador. La calapurca que yo conozco es la que viene con el mote pelado y con carne, que es lomo de alpaca. Tiene que ser alpaca, porque le da un sabor rico. Nosotros consumimos pura alpaca. A veces le echan pollo, si es para 20 personas se echa el pollo entero. Pero no puede faltar la carne de alpaca porque eso le da el sabor, la parte del lomo. Después se le tira papa; como cuando se prepara el picante, tiene que ser la papa molida; a eso se le echa ajo, cebolla, sal y cilantro. Después la gente le echa el ají a su gusto, un ají seco, rocoto (variedad de ají costero), que venden en el terminal. La gente aymara consume el puro rocoto. A la calapurca le ponemos también un condimento que se llama Sibarita, que es rojito y tiene un poco de ají...”

“...En otras partes, la calapurca sólo se prepara con mote y carne. Pero, lo más importante es que la calapurca se tiene que cocer con piedras, piedras del río. Así lo hace cocer. Por eso la comida arriba (en el altiplano) queda rica por ese sabor y también porque la gente usa la leña, la leña le da otro sabor a las comidas. La piedra le da otro sabor también. Uno tiene que calentar la piedra en el fuego, después que está caliente, que se pone blanca, se echa dentro de la olla y eso le da el sabor rico. Las piedras preferidas son del río, pero yo creo que otras también sirven, pueden ser esas planitas. Hay que lavarlas bien no más. Cuando están bien calientes se echan a la olla. La piedra es la que le da sabor a la calapurca. Nosotros servimos el plato sin la piedra. En Camiña, la calapurca lleva sólo maíz pelado, carne y la piedra. El aderezo que le hacen es con cebollita y ajo, luego de servir le echan cilantro para el sabor, y papa también”.

Observaciones realizadas en la fiesta de San Lorenzo de Tarapacá, nos muestran la preparación de una calapurca para ser consumida de madrugada por los danzantes y devotos. Grandes ollas de agua hirviendo reciben diversos tipos de carne desmenuzadas, papas, mote, cebolla. Simultáneamente en el fogón se calientan las piedras, las que luego se introducen en la fuente honda donde se ha vertido el guiso. La piedra, en contacto con el caldo humeante, provoca un nuevo hervor y el plato es servido ardiendo a la mesa.

En muchos casos, sobre todo en el universo mestizo, la calapurca se prepara sin utilizar para su cocción las piedras calientes.

Desmenuzando la calapurca

La calapurca ha permanecido en el tiempo, y como toda construcción cultural, ha sufrido transformaciones que hoy reflejan su origen múltiple: un plato indígena nortino y también una suerte de síntesis entre pasado y presente. Una juntura de lo andino, lo hispano y lo chileno.

Aproximémosnos a qué se come cuando se consume la calapurca. Antes que nada, debemos hacer notar que es un “plato de la tierra”, en el sentido de que no hay en él productos del mar. Los vegetales más importantes en casi todas las recetas de la calapurca son el mote de maíz y la papa, que conforman la díada alimenticia primordial del universo andino. Ambos productos cultivados fueron básicos en la dieta precolombina. Aunque algunos antropólogos acuñaron el término “cultura del maíz” para hablar de las sociedades americanas más desarrolladas, otros sostienen que el maíz junto con la papa, en términos simbólicos, funcionan como opuestos complementarios. El maíz tiene más prestigio social y ritual y está asociado a “lo alto”, en tanto que la papa se relaciona con “lo bajo”. Los ciclos reproductivos del maíz marcan el calendario religioso y no así los del tubérculo. Según Ossio, la preeminencia que tuvo y sigue teniendo el maíz en el mundo andino no la tuvo ninguna otra planta domesticada salvo, quizás, la coca.

El consumo del maíz en forma de mote –palabra de origen quechua y aymara- llamado pataska en el norte, es muy antiguo y supone desgranar el maíz y cocerlo en una lejía de ceniza hasta que esté sancochado y suelte el hollejo.

Con este procedimiento, utilizado en muchas partes de América, se obtienen granos de maíz blancos y pelados que se pueden consumir frescos o ser guardados secos para usarlos en sopas o guisos.

Recientemente, sin embargo, también se ha relevado la importancia cultural de la papa, central en la sociedad aymara como lo demuestra su utilización

Nota original del libro "Cocinas mestizas de Chile", de la autora Sonia Montecinos